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29 ago 2013

Un servidor ha leído "Degeneración", y...



Zombis. No muertos. Podridos. Y su evolución cual Pokemon: infectados.
¡Aaaaayyy, seres hediondos, de insaciable gula, continuo renquear, piel lívida y sometidos a una incontrolable nausea sanguinolenta! ¡Cuántas polémicas levantáis, vosotros enemigos del descanso eterno! ¿Alguien tiene un ambientador de pino por ahí para colgarme del cuello? No me gustaría convertirme en un zombi y apestarlo todo…
El fenómeno zombi arrastra muchísimos títulos literarios, cinematográficos, lúdicos… Es un ser exprimido hasta la saciedad por autores de todas las áreas de la cultura del ocio. No es la finalidad de este post repasar la historia del zombi, desde su origen en la religión vudú, las primeras películas de la tercera decena del siglo XX hasta la actualidad. Sí me pararé a comentar su situación en el panorama literario español en los últimos años.
¡Aaaaaay, zombi, pobre ser tan denostado!
El zombi de toda la vida no era más que un cadáver que se levantaba de la tumba con la sana intención de devorar cerebros humanos. Andaba lento e inseguro, como cualquiera tras una noche de borrachera, pero si lograba agarrarte con sus manos agusanadas, vive Dios que no te soltaba hasta que tu cerebro estuviese en su estómago, con el mismo ansia con el que trincas una botella de whisky en una noche de borrachera.
El zombi evolucionó hasta el infectado. ¿Qué diferencia al uno del otro? Pues que el segundo corre como si su mujer le hubiera llamado para ver dónde andaba y le hubiera amenazado con abandonarlo si no aparecía en menos de cinco minutos por casa… durante una noche de borrachera. ¿Qué comparten? Su amor gastronómico por los tiernos humanos, su hambre voraz, su ansia asesina. Unos corren, otros no. Punto. Si mañana el mundo quedara patas arriba por una pandemia, recemos porque la gente se convierta en zombi, y no en infectado. Al menos podremos reírnos un rato poniéndonos a dos metros de distancia del pobre infeliz y dar un salto hacia atrás cuando esté a punto de alcanzarnos con sus movimientos torpes de niño de dos años. “¡Uy, casi me pillas, lelo lelo lelo!”, nos burlaríamos entonando una ridícula musiquilla.

Me confieso un ignorante en el género, subgénero o como lo queráis clasificar, que me importa bien poco. He visto alguna que otra película, y la verdad es que jamás he sido amante del género. Quizás por los toscos guiones que se reducen a un montón de disparos, alguna piba con buena delantera y a un montón de sangre y vísceras por todas partes. Si hablamos de infectados, amigo, ya es otra cosa. La película “28 días después” me reconcilió con los hambrientos, y mi reconciliación fue plena con “Soy Leyenda”. En cuanto a literatura, he leído más bien poco. Hay por ahí, según cuentan, magníficas obras de escritores como Manuel Loureilo, Carlos Sisí y otros, pero aún no me he hecho con sus libros. El éxito arrollador de estas obras ha provocado una oleada de trabajos en los que, el no muerto, es la excusa para contar algo, trabajos que están teniendo buena acogida por parte del público lector a rebufo de las primeras. También ha provocado una reacción alérgica en cierto sector de nuestros escritores patrios, que se dedican a criticar el fenómeno zombi y a sus autores afines. Quizá más que rechazo por la temática, las ventas que generan sea el motivo de tanta saña.
En fin, que no pensaba incluir a corto plazo entre mis lecturas ninguna de la temática zombi, pero por esas cosas de la vida, cayó en mis manos la obra “Degeneración”, del autor David Pardo.


         

La estupenda portada es del genial ilustrador Juapi. Un diez. Es evidente que el título hace referencia tanto a la degeneración física de los no muertos, como a la psicológica del personaje. El título mola.
Publicada únicamente en la plataforma Amazon, me dediqué a leer los comentarios para hacerme una idea de lo que me esperaba entre sus páginas (virtuales). En general, la valoración del público lector es positiva, con opiniones muy entusiastas, que la califican de dura, diferente, fresca, brutal, recomendable, y otros muchos adjetivos positivos. También tiene valoraciones muy negativas, pero Amazon es como la vida misma: quien te quiera te pondrá por las nubes, y quien te odie te vilipendiará hasta decir basta.
En fin, intentando ser lo más objetivo posible, he ignorado el subtítulo que el propio autor propone para su trabajo en Amazon (“Degeneración, la novela breve de género Z que causa sensación en la red”). Supongo que con eso de que “causa sensación”, se refiere a las buenas reseñas que, en general, le han realizado diversos blogs.
Lo primero que me llamó la atención de la obra fue su brevedad. El autor la califica de “novela breve”, cuando se acerca más al “relato largo”. Degeneración no pasa de las 47 páginas en formato Kindle que, a ojo de buen cubero, pueden ser unos veinte o veinticinco folios, aproximadamente. Hago el cálculo basándome en un relato largo que tengo a la venta en la misma plataforma y que, entre pitos y flautas, alcanza los treinta y pocos folios; Amazon los convierte en 61 páginas.

Bien, dicho esto me centraré en el contenido de “Degeneración”.
Como en todo, tiene cosas buenas y cosas no tan buenas. En su parte positiva puedo señalar la prosa del autor. David Pardo escribe bastante bien. Tiene una prosa fluida, directa, que nos facilitará la lectura y hará que gocemos con las palabras. Hay varias expresiones que me sonaron raras, que me chirriaron, como por ejemplo “algunos trompicaron”, en el sentido de que tropezaron (¿por qué no usar mejor este verbo?), o “hice marcha atrás” cuando el protagonista conduce un vehículo. Creo que esa expresión no existe, o si existe no es del todo correcta, porque la marcha atrás no se hace, se mete, o se cambia, o se pone, o se da marcha atrás… pero hacer… nunca lo había oído. Ojo, que también puede ser ignorancia de un servidor, pero bueno.
En cuanto al argumento… pues no me gustó, no voy a engañaros. Ya he señalado antes que las pelis de zombis que se reducen a una masacre abusando de las escenas de sangre y vísceras no son lo mío. Pero en Degeneración, aunque el autor intenta ir un poco más allá, contando la historia de la evolución psicológica de un hombre en un contexto caótico como puede ser una pandemia zombi, a mi entender no logra su objetivo. Y ello porque:
¡SPOILERS! David pretende presentarnos a un sujeto de lo más corriente, padre de familia, amante esposo, que vive en un pequeño pueblo de Valencia porque prefiere una vida tranquila a la vida agitada de la ciudad. Y digo pretende, porque para mí es una incongruencia como un templo describirnos al personaje como persona de valores, pero luego se lía a tiros a la primera de cambio. Porque David nos cuenta desde la página uno cómo el listillo del protagonista ignora al ejército, que está evacuando los pueblos para llevar a la población a “puntos seguros”, y prefiere atrincherarse en su casa con su mujer y su hijo. Evidentemente la mujer no tiene nada que decir al respecto: obedece y punto. Ya digo que al principio del todo el personaje no me cayó bien por su chulería excesiva. “¡Qué idiotas!”, piensa de los vecinos que huyen en sus coches hacia los puntos seguros establecidos por el ejército, como si ya pudiera prever, cual profeta, que el ejército nada puede hacer contra los zombis. ¿Opina que el ejército nada puede hacer contra los zombis, y piensa que él sí puede estar a salvo atrincherándose en su casa? Me pareció un poco absurdo, la verdad. En fin, como decía, el protagonista, tras dejar claro que, como en su casa, en ninguna parte, se dedica a ver cómo la gente huye, a saquear una armería y un supermercado. Vale. Un tío que se empalma con un arma no es de fiar, al menos para mí. El relato largo transcurre entre típicas escenas de intento de llevar una vida normal entre un rebaño de podridos, y excursiones del protagonista para hacerse con alimentos y otros productos necesarios. El detonante que precipita el final de la historia es la llegada de otros supervivientes que aprovechan el caos para hacer lo que les viene en gana. Entran en su casa y abusan de la mujer del prota. El hijo se escapa, la madre va en su busca y el prota en busca de los dos. En fin, no contaré el final, por mucho spoiler que esté haciendo, pero el autor realiza un intento de desenlace emotivo basado en la necrofilia sentimentaloide que no me ha convencido para nada.
Es evidente que David ha perseguido como principal objetivo de la obra transmitir la evolución psicológica del personaje, desde un tipo normal, a un demente sin escrúpulos. Y creo que no lo ha conseguido. No lo ha conseguido por el simple motivo de que un desalmado de origen será un desalmado al final de su historia. Un tipo que prefiere atrincherarse con su mujer y su hijo en su casa, en lugar de hacer lo necesario para poner a salvo lo que más ama (ir a donde se encuentra el ejército), que desde el minuto uno está con las armas en ristre disparando aquí y allí, atropellando zombis y que, encima, disfruta con ello, no es para nada creíble. Y menos creíble aún es que el autor pretenda sorprendernos con su evolución final, con una especie de metamorfosis degenerante… de un tipo que no ha variado un ápice desde el principio del relato. Cosa distinta habría sido que el protagonista no hubiera logrado escapar del pueblo con su familia, que no hubiera tenido más remedio que coger un arma y, con todo el dolor de su corazón y aguantando las náuseas, se viera obligado a disparar a un zombi. Tras un zombi vendrían dos, tres y cincuenta. A medida que los elimina, su carácter se endurece y la historia culmina en un final potable. Ahí sí que habría considerado el relato algo digno de leer. Pero como lo plantea David… yo no lo compro, como diría aquel de las gafas. FIN SPOILERS.

En resumen: “Degeneración” es un relato corto típico de zombis, de un tipo que se lía la manta a la cabeza y, sin ningún reparo, acribilla no muertos por doquier. Sangre, vísceras y poco más, ideal para los amantes del género, que seguro pasarán un buen rato, pero poco recomendable para lectores más exigentes que busquen una buena historia. David Pardo es un buen escritor, de prosa ágil y convincente, pero tendrá que esforzarse un poco más en el aspecto argumental para satisfacer a determinados lectores.

            Un abrazo.

           

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