¿No habéis imaginado cómo sería la
vida antiguamente, para alguien que viviera, por ejemplo, en el campo? Una vida
de sacrificios, necesidades, de trabajo arduo y siempre dependiendo de los
caprichos de la naturaleza para sobrevivir.
Imaginaos durmiendo en un camastro
de paja cubierto con una sábana áspera. Imaginaos la luz de una vela que titila
en la madrugada. El hedor de los cerdos al otro lado de la pared. El calor de
las ascuas de la chimenea en nuestro rostro. El aroma de la morcilla y el
chorizo colgado en un lado de la habitación. Canta el gallo y nos desperezamos.
Todo nos pica. Con una jarra de barro, llenamos un plato con un poco de agua y
nos aseamos como podemos.
Agarramos la boina y nuestro cayado
y nos disponemos a salir al monte con nuestras ovejas, impacientes ya en el
cercado, para enfilar hacia los prados aún bajo la tenue luz del amanecer, con
el estómago rugiendo de hambre y una mísera hogaza de pan duro en el zurrón.
Nuestros pies encallecidos no
sienten las piedras del camino, pero los dientes picados nos torturan con un
dolor punzante.
Vemos las primeras luces del sol
asomar tímidas mientras el ganado pasta.
Y tenemos mucho tiempo.
Tiempo para pensar, tiempo para
sentir la brisa acariciando nuestras manos, tiempo para observar a las abejas
libando el polen de las flores y retomando el vuelo hacia el panal… tiempo para
vivir.
Hoy día hemos perdido el tiempo. Las
horas se escurren entre nuestros dedos, y somos incapaces de mantener atrapado un
solo minuto dentro del puño. Nos levantamos a las siete de la mañana, desayunamos
corriendo, llegamos al trabajo, más prisas, salimos corriendo a comer, volvemos
al trabajo, más prisas, salimos de trabajar… el poco rato que tenemos libre lo
dedicamos a la familia, pero también queremos hacer deporte, ir al cine,
escuchar música, no perdernos ninguna actualización de nuestros contactos en
internet, quedar para tomar una cerveza con un amigo físico o para charlar con
un amigo virtual… queremos sacar tiempo para escribir.
Y ahí llega mi problema. Tengo en mi
haber dos libros terminados: “Relatos de sal” y “El alma que vistes”, sólo el
primero publicado en papel. Luego tengo muchos proyectos, novelas terminadas
pero a la espera de corrección (“La ira de Teresa”), relatos que están
empezando a mutar en novela, etc… Pero ya dije en una entrevista que me hizo el
administrador del blog “El Rincón de Koreander” que soy de pluma inquieta. No
puedo detenerme mucho tiempo en un proyecto si otro nuevo me aborda y me acosa
para que lo inicie, para que deje de lado todo lo demás y me centre en él. Esto
justamente es lo que me acaba de suceder. He empezado una nueva novela. Treinta
folios llevo ya, y el proceso creativo es imparable. El título y el argumento…
ya os lo desvelaré en el momento adecuado. Dejar temporalmente unos proyectos
iniciados para empezar otro nuevo me da miedo, pues tengo la plena certeza de
que me costará muchísimo trabajo retomarlos pues, mientras finalizo el proyecto
que acabo de iniciar, nuevas ideas, nuevas tramas y personajes y situaciones,
me acosarán desde las profundidades de mi imaginación para que les conceda la
vida con el toque mágico de mis letras.
¿Os ocurre lo mismo que a mí? ¿Os
agobia la falta de tiempo?
Un fuerte abrazo.
Fran
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